miércoles, 25 de noviembre de 2015

no se por qué

No se por qué todavía sigues rondando mi cabeza. Por qué se me empañan los ojos o por qué mi corazón sigue retorciéndose en algunos momentos del día.
No se por qué me puse un objetivo tan complicado, ni por qué sigo pensando en un amor que se pasó de rosca y de largo, por qué teclear es más fácil que hablar y hablar ya no tiene sentido.
No entiendo las ganas que tenía de que fuera eterno, cuando nada en la vida lo es, empezando por la propia vida y nuestra condición de mortales. Pero solo se debería morir una vez y yo ya debo de haber vivido varias vidas contigo.
No se por qué me gustaría volver  a sentir que me quieres y que te quiero más que a nada en este mundo, ni por qué solo los momentos de debilidad emocional me proporcionan la estupidez necesaria para hacerte llegar todo lo que, durante mis momentos de raciocinio, te sigo echando de menos.
No entiendo, no comprendo, si no es por la respuesta que tantas veces he querido negar para no hacerme daño: te quiero.
Pero por alguna razón no funciona, no tiene pilas o no encaja con la pieza del puzzle con la que antes se complementaba. No fluye electricidad entre el enchufe y la toma de corriente, el semáforo se ha quedado en un ámbar fijo  de precaución para que no vuelva a salir atropellada.
No entiendo por qué a pesar de todo me gustaría volver atrás y cambiar partes, intentar aguantar un verano, o ser tan cómplices como la amistad genuina y pura que conseguimos construir durante la primera etapa del camino.
No entiendo por qué la luna sigue volviendo a estar llena y a iluminar el cielo con tu nombre ni por qué en mi mano está el vacío de la tuya, ni por qué a veces solo quiero abrazarte y que me abraces y poner banda sonora a la gente que corre por la calle. Por qué nos imagino paseando por Madrid, durmiendo abrazados o cuidando del otro cuando está enfermo. Por qué nos dibujo tocando la guitarra y debatiendo sobre mil temas y leyendo y riéndonos por cosas que nadie más puede entender. Por qué comer chicles, regalices, pizza, hamburguesas, y cualquier comida con limón me recuerda a ti. Por qué me muero de ganas de que termines el boceto de mi cuerpo sobre tu cama, de escucharte decirme cómo se tienen que comer los espaguetis o ver una película a tu lado y apoyar mi cabeza en tu brazo o en tu pecho. No entiendo por qué sigo preguntándome si hago lo correcto al renunciar a la ternura exquisita de tus labios y a su calor cuando descansan en mi cuello.

No entiendo esto si, a pesar de todo soy feliz. Soy realmente feliz.

Creo que el tiempo se puede disfrazar de enfermero y de maestro, y enseñarte que cada cosa sucede en un momento y que según avanzan las agujas en el interior del reloj las heridas cicatrizan. Tú has sido muchas cosas, pero no una herida. La herida es el espacio, la nada que quedó en tu ausencia cuando te ibas, ese agujero negro que tengo que coser cada vez que se agrieta y que debe tener más de cien parches de todas las texturas y colores.

No se por qué pero necesitaba escribir, y liberarme de esa sensación que me venía persiguiendo estos días de luna llena.

Nada más por el momento, besos: Yo.